Había una vez un macho,
a ser hombre no llegó,
que por título ostentaba
el ser rey y faraón
convencido de que era
los sentimientos del sol.
Este rey formó una saga
que en ramas se dividió
casándose con su hermana,
hermana que se creía
era de la luna el alma.
Como ellos su descendencia
eran todo antivirtudes,
no tenían corazón
y a los hombres envidiaban
del pueblo al que protegían,
por cuyas vidas velaban
situados los tuviesen
en sus pedestales virtuales,
sus inmateriales aras
y maquinaron una trampa.
Caídos los hombres en ella
al pueblo cambió el sentir,
reflejaba que sentía
verdadera antipatía
donde antaño simpatía.
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